Por Rafael Alfredo Beltrán – Director de Semanario Popular La Huella


La reciente jura de los diputados nacionales volvió a exponer un debate que atraviesa a la Argentina desde hace años: ¿qué lugar ocupan hoy el respeto institucional, la solemnidad republicana y el compromiso democrático frente a la creciente teatralización de la política?
La jura no es un acto decorativo ni una foto para las redes sociales. Es el momento fundacional en el que cada legislador acepta públicamente que su poder no es propio, sino delegado por la Nación, y que su conducta queda subordinada a la Constitución y a los valores que sostienen la vida democrática.
El sentido histórico y jurídico de la fórmula tradicional
Desde mediados del siglo XIX, los diputados argentinos juran “por Dios, la Patria y estos Santos Evangelios”. La fórmula proviene de antiguas tradiciones hispánicas y republicanas que asignaban al juramento un carácter de limitación moral del poder: quien lo pronuncia reconoce que su palabra queda sometida a un orden superior, ya sea religioso, ético o institucional.
En la práctica parlamentaria argentina, esta fórmula no es religiosa en su contenido, sino simbólica y política: expresa que el diputado promete actuar con verdad, defender a la Patria y respetar la Constitución. Para quienes no profesan religión, existe la alternativa laica. En ambos casos, el sentido es el mismo: aceptar el deber y la responsabilidad frente al pueblo.
Política y solemnidad: un equilibrio que se está perdiendo
La democracia necesita rituales. Los actos solemnes son la forma en que una Nación expresa continuidad, respeto por la historia y conciencia de responsabilidad institucional.
Por eso resulta preocupante la banalización creciente del juramento. Varias juras recientes fueron utilizadas para lanzar consignas partidarias, ironías personales o frases destinadas al aplauso de las redes sociales. Lejos de engrandecer la democracia, este comportamiento la degrada.
No se trata de conservadurismo ni de exigir solemnidad vacía: se trata de comprender el momento. La jura es un compromiso jurídico y político, no un espacio para performances militantes. Convertir un rito republicano en un sketch o en un slogan efímero es un error histórico que envía un mensaje equivocado a la ciudadanía.
Un papelón innecesario y un mensaje equivocado
Cuando un diputado jura entre risas, burlas o frases improvisadas, el daño no es institucional solamente: es simbólico.
Se instala la idea de que las reglas, la historia y la palabra empeñada son cosas menores. Y en un país con una enorme crisis de confianza hacia la dirigencia, ese mensaje resulta especialmente tóxico.
El pueblo argentino puede tolerar diferencias ideológicas profundas —incluso confrontaciones—, pero difícilmente acepte que sus representantes menosprecien el acto que les da investidura. La jura es un contrato moral. Romper su solemnidad es romper un pacto con la sociedad.
La responsabilidad de representar
Ser diputado no es un privilegio: es un servicio a la Nación. Y comenzó, desde 1853 hasta hoy, con un gesto simple pero fundamental: la palabra empeñada ante el país. Ese compromiso exige seriedad, no show. Respeto, no burla. Convicción, no eslóganes.
La República no se sostiene solo con leyes: también se sostiene con símbolos. Y entre ellos, el juramento ocupa un lugar central.
Ojalá que en los próximos años quienes asuman el honor de representar al pueblo argentino recuerden que la Patria observa. La historia también.
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Rafael Alfredo Beltrán
Director – Semanario Popular La Huella
